Pudimos comprobar como, un año más, llenó el recinto.
Se hizo esperar, pero cuando salió al escenario todo el público enloqueció.
Nos mostró que seguía teniendo el mismo chorro de voz de siempre. Con la su sonrisa de siempre, aunque cada vez más blanca, algún kilito más y mostrando los años que pasan, se subió al escenario para versionar algunos de sus temas con ritmos distintos dándoles un nuevo aire.
Cantó boleros, sus temas clásicos, otros de cuando era adolescente, rancheras, y nos sorprendió con un dueto virtual con Frank Sinatra.
Echamos de menos los mariachis de la última vez, pero lo suplió con un Luis Miguel más cercano al público, motivándolo y animándolo cuantinuamente.
Por tres veces lo levantó de sus asientos y lo hizo vibrar. Repartió rosas blancas entre los fans más cercanos y balones de la gira.
Desde nuestro punto de vista, la acústica estuvo muy bien, pero hay que señalar que hacía mucho, mucho, mucho calor.
Sobre este artista se pueden decir muchas cosas: que es un soberbio, algo rarito, obsesionado de su estética, que no canta temas propios, y que su música es anticuada. Pero lo que es innegable, así lo demuestra en cada actuación, es que es el mejor en su oficio. El torrente de voz, que no se alteró en las dos horas de concierto, independientemente de si se agachaba a tocar al público o no, así lo demostró.
A todos los que estuvimos allí nos volvió a enseñar que, como dice uno de sus temas, sigue siendo el Rey.
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